«nada tan irresoluble como los ojos de un niño vueltos hacia nosotros. no heredaremos a nuestros hijos ni la certeza ni la quimera de un mundo feliz. tampoco es ése nuestro deber. nacemos en un mundo injusto, en un mundo signado por la desigualdad y el abuso, en un mundo que a veces parece no tener remedio. y a este mundo traemos a nuestros hijos con su mirada como un reto para el que no tenemos sino escasas respuestas.

(...)

saber que en el mundo hay infamia, desdicha no nos releva de la obligación cotidiana de intentar que sea mejor. esta certeza, tal vez antes que ninguna otra nos toca transmitir a nuestro hijos. si no contáramos con ella, no tendíamos respuesta para sus continuos interrogatorios, no sabríamos como contestar a la pregunta esencial de entre todas que las que puedan hacernos: ¿por qué se te ocurrió traerme aquí?

mil veces pueden faltarnos las respuestas a las mil preguntas de nuestros hijos. lo que no podemos olvidar y es nuestro deber comunicarles es que cuando decidimos compartir con ellos la existencia estábamos aceptando uno que la vida es un tesoro que vale la pena y el júbilo, dos que el mundo, por más lleno de afrentas y pesares que lo encontremos, merece el diario afán de quienes creen que tiene remedio.»

Mastretta, Ángeles. El Mundo Iluminado. Buenos Aires: Seix Barral, 2002. Print.