«
Lorenzo permaneció en la ciudad de México casi diez días y cuando regresó, Fausta inquirió:
–¿Cómo encuentra desde nuestra fallida luna de miel?
      Deliberadamente Lorenzo había dejado de venir a Tonantzintla por culpa de esta pinche vieja que lo hacía sufrir y ahora lo recibía, mañosa.
–Vamos a remediarlo, Fausta.
–¿Cómo?
–Tengo una solución cósmica. La colisión de dos planetas, la inmersión en el caos, el círculo de la verdadera sombra cónica.
     Fausta pasó sus dedos sobre los labios de Lorenzo y le dijo:
–Estamos a diez milésimos de milímetro del fenómeno ondulatorio y no sé si lo que me espera es una luz blanquecina y difusa. Déle tiempo a mi materia.
     Lorenzo tomó la mano sobre sus labios y la besó.
     –Será como usted diga, Fausta.


(....)
Cuando en sus paseos contemplaban el Popocatépetl, el la tomaba del brazo y le decía: "Mi enamoramiento, Fausta, es volcánico." Ella le apretaba la mano. "Usted vino a inducirme a la tentación." En otra caminata le informaba: "El doctor Fausto soy yo, Fausta, que vivo encerrado en mi laboratorio y sólo oigo el tañido de las campanas de este valle inamovible."
    –Pero la que se llama Fausta soy yo, doctor.
    –Ése es el misterio. ¿Por qué usted y no yo? Soy yo el que me harto de los hombres, soy yo quien anhela conocer lo sobrenatural. Usted está muy contenta dentro de su piel, yo soy un hombre abrumado por las dudas.
     –Descanse, doctor, trabaja demasiado.
     –Siempre he deseado salirme de mí mismo pero estoy encarcelado.


poniatowska, elena (2001), la piel del cielo. méxico: alfaguara